La dieta en el antiguo país del sol naciente

Seguro que conocéis (y tenéis vuestra propia opinión al respecto de) los míticos representantes de la dieta japonesa actual, como el sushi de pescado crudo con salsa de soja, la tempura de verduras (que ningún japonés probó hasta que la introdujeron los portugueses en el siglo XVI) o los curiosos dulces de judía. Pero, ¿os habéis preguntado alguna vez qué manjares encontraríais bellamente dispuestos sobre las mesitas de patas cortas de una antigua casa tradicional nipona? Si pudierais viajar en el tiempo al antiguo país del sol naciente, ¡seguro que alguna sorpresa os llevaríais!

Un poquito de contexto histórico-gastronómico

La dieta en el antiguo Japón estaba fuertemente influenciada por su geografía. Dada su condición de archipiélago, no sorprende que los antiguos nipones importasen sus hábitos dietéticos de sus vecinos del Asia continental. Aparte de la costumbre de comer con palillos, sus vecinos chinos y coreanos les llevaron el arroz (que poco a poco sustituyó al mijo como base de su alimentación), las judías azuki (las alubias de color rubí con las que los pasteleros japoneses elaboran mil delicias), la socorridísima soja (que aprenderían a fermentar de mil maneras) y la receta que ha devenido el plato japonés estrella, el sushi. De hecho, en la antigua China, este básico de la comida asiática actual se utilizaba como mero preservador de los valiosos botines que traían de regreso a puerto las barcas de pesca, igual que el ahumado y la salazón. Para aumentar el tiempo de conservación del pescado, se envolvía en arroz cocido y se dejaba «pudrir». El moho que lo cubría impedía que las bacterias dieran buena cuenta del pescado, alargando así su vida útil (y de paso dándole un saborcillo solo apto para los amantes de las emociones fuertes).

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La dieta en la antigua Roma imperial

Seguro que recordáis haber visto en alguna película, ambientada en la época imperial de la ciudad eterna, la fastuosidad del célebre circo romano, con sus truculentas luchas de gladiadores y sus desmadradas carreras de cuádrigas. Pero, tal como reza la famosa consigna panem et circenses (la voz latina para «pan y circo»), ¡no sólo de espectáculos vivía el pueblo romano! Para mantenerlo sosegado y satisfecho, también había que alimentarle.

¿Os habéis preguntado qué habrían almorzado los asistentes al majestuoso Coliseo? Desde el rancho que saciaba el hambre de plebeyos y legionarios, hasta las opulentas delicias que complacían al emperador, la dieta de la antigua Roma contaba con algunas curiosidades sorprendentes.

Un poquito de contexto

Desde la fundación de Roma, en siglo VI a.C., hasta el 395 d.C, cuando cayó la enorme superpotencia en la que se había convertido, el imperio llegó a gobernar toda la cuenca mediterránea y y gran parte de la Europa Occidental. Pero los romanos no sólo construyeron carreteras y acueductos a lo largo y ancho de sus fronteras, también difundieron su lengua (dando origen a las futuras lenguas romances) y esparcieron su cultura (y, con ella, algunas de sus recetas y costumbres alimentarias).

Y, ¿qué desayunaba un romano clásico?

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El menú precolombino de los Hijos del Sol

¿Os habéis preguntado alguna vez en qué consistía el menú precolombino de las antiguas civilizaciones que ocuparon el centro y sur del continente americano? ¡No creáis por un momento que se aferraban al modo de vida paleolítico! Mayas, aztecas e incas fueron pueblos plenamente neolíticos y alcanzaron un nivel de desarrollo notable. Y es que al tiempo que las tribus nómadas de las llanuras norteamericanas vivían en tipis y bailaban la danza del bisonte, sus primos sureños se habían erigido en expertos agricultores y construían pirámides colosales y majestuosas ciudades entre las nubes.

Los Hijos del Sol

Según su tradición, los incas descienden de Manco Cápac, venerado como Hijo del Sol y fundador de Cuzco, la capital del gigantesco imperio incaico, apodada en su momento el «ombligo del mundo». Desde su origen, que se remonta al siglo XIII, hasta la conquista de Perú, en 1533, el descomunal imperio de los Hijos del Sol llegó a contar con más de 10 millones de habitantes, distribuidos entre los actuales Perú, Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Colombia.

Ya ubicados en tiempo y contexto, ¡veamos qué incluía su menú (y qué manjares debemos agradecerles)!

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La dieta de los nativos norteamericanos

Quien más, quien menos se ha disfrazado de gran jefe Sioux o ha llorado con «Bailando con lobos» y «El último mohicano» alguna vez pero, ¿os habéis preguntado qué delicias os habría ofrecido Toro Sentado antes de invitaros a fumar la pipa de la paz?

Un poquito de contexto

Eso de «nativos» no deja de ser una manera bonita de decir que llegaron antes, porque se cree que los primeros humanos, procedentes de las llanuras siberianas, no pisaron América hasta cruzar el estrecho de Bering durante la última glaciación, hace cerca de 15.000 años. Desde Alaska hasta Tierra del Fuego, aquellas tribus de rasgos mongoloides y pómulos prominentes colonizaron el nuevo continente, pasito a pasito y generación tras generación.

Las tribus de las grandes praderas

Aquellos «indios» que salían en los westerns cabalgando «a pelo», con la melena al viento y el arco en el hombro, vivían en clanes nómadas al más puro estilo paleo. Cazaban, pescaban y buscaban raíces, frutas y vegetales silvestres.

Y, precisamente, por las enormes praderas americanas deambulaban una larga lista de animales (algunos de ellos, ciertamente inmensos) que no temían a los aparentemente inofensivos y enclenques humanos. Poneos en la piel de un cazador recolector que tiene que alimentar a su familia e imaginaos la imagen: poco menos que kilómetros infinitos de paraíso en la tierra a rebosar de comida. Pero, una vez «hecha la compra», ¿qué habría en el menú?

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La dieta de los astronautas

¿Quién no se ha imaginado alguna vez con el aparatoso atuendo astronauta, flotando a gravedad cero y contemplando la Tierra desde el espacio?

Sin duda debe ser una experiencia fascinante, aunque si sigue en vuestra lista de «algún día», consolaos advirtiendo que no está exenta de incomodidades. Olvidaos de acompañar la belleza (y el frío) de la escena con una deliciosa taza de café humeante y un pedazo de tarta de zanahoria recién hecha. Aparte del desafío inherente a llevaros algo a la boca dentro del traje espacial, lo más probable es que vuestro estómago llevase regular eso de flotar.

Aunque una vez acostumbrados a la gravedad cero (o cuando el hambre fuera más fuerte que el mareo), ¿os habéis preguntado cómo saciaríais vuestro apetito en la Estación Espacial Internacional?

Un poquito de historia

Atrás han quedado los tubos de aluminio (formato dentífrico) con pasta de carne o crema de chocolate que cenó Yuri Gagarin durante la primera incursión de la humanidad al espacio exterior en 1961. ¡Tampoco esperéis que os ofrezcan un bocadillo! Los tripulantes del Gemini III aprendieron la lección en 1965 cuando las migas de cierto sandwich de contrabando sembraron el caos poniendo en peligro los circuitos de la nave. John Young, el piloto, lo había colado a hurtadillas con la esperanza de aliviar su hambre con algo más apetecible que los cubitos de gelatina establecidos.

¿Qué hay de menú?

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La dieta en el antiguo Egipto (o el banquete de Ramsés II)

Desde los asombrosos privilegios que otorgaba el título de dioses a los faraones del imperio antiguo, hasta las legendarias habilidades amatorias de la reina Cleopatra, los cerca de 3.000 años de historia del antiguo Egipto siguen causando fascinación. Pero, ¿alguna vez os habéis preguntado cómo saciaban su apetito los constructores de las pirámides?

Si pudiéramos ir marcha atrás en el tiempo hasta la época de los faraones (y una vez superada la barrera del lenguaje y la probable desconfianza de los anfitriones), ¿con qué manjares nos deleitarían en el banquete de bienvenida?

Un poquito de contexto histórico

¿Os acordáis de la entrada de la dieta paleolítica? Describía la alimentación de los clanes nómadas de cazadores y recolectores durante los cientos de miles de años que precedieron al llamado periodo neolítico, hará unos 12.000 años (en el que los grupos humanos aprendieron a utilizar la agricultura y la ganadería para procurarse alimento). Pues la civilización egipcia se erigió en adalid de la «nueva era» gracias precisamente a las fértiles riberas regadas por el Nilo. La opulencia que exhibía el sarcófago de Tutankhamon, de hecho, no habría sido posible sin los campos de cultivo que se agolpaban en la estrecha franja verde rodeada de kilómetros infinitos de estéril desierto.

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