Ácido fólico (nuestra «chapa y pintura» diaria)

¡Será por nombres!

Pocas vitaminas comparten el honor del folato de ser más conocidas por su alias bioquímico que por su correspondiente letra y número. De hecho, aunque este nombre no pueda competir en popularidad con su apodo, el ácido fólico también responde a la insigne denominación de vitamina B9.

¡Será por nombres! Y es que esta molécula absolutamente esencial para la vida, además, fue inicialmente bautizada como vitamina M. Lucy Wills, una médico inglesa que vivió en la India de principios del s. XX, eligió el nombre (por monkey, «mono» en inglés) cuando comprobó que suplementando la dieta de monas embarazadas, los monitos nacían sanos y fuertes.

Años más tarde, en la década de los 40, se logró aislar químicamente el llamado Factor Wills y se comprobó que tenía la estructura molecular de las vitaminas del grupo B. En la época, los nombres B7 y B8 estaban pillados (por las moléculas que más tarde se erigirían como biotina o vitamina H), así que a nuestro ácido fólico, rebautizado como vitamina M, le tocó el 9.

¡Chapa y pintura, por favor!

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Gases (sí, ¡he sido yo!)

Todos producimos gases. Sí, ¡las bailarinas también! De hecho, una persona sana y felizmente normal expulsa entre 0,5 y 2 litros de gas diarios (lo que se traduce en una media de 14 cuescos y/o eructos al día). Dicho esto, sí, existe variabilidad de una persona a otra. Dependerá de qué haya ingerido: si la etérea bailarina bebe refrescos con gas y come fabada, podría llenar más globos que un bábaro cervecero en plena Oktoberfest.

Un poquito de química

El gas intestinal, llamado flato o flatulencia (lo que toda la vida se ha venido a designar con el apodo de pedo), es una mezcla de dióxido de carbono, oxígeno, nitrógeno, hidrógeno, metano y pequeñas cantidades de gases con azufre. Este último es el responsable del olor característico (y de que nos resistamos a reconocer que ese aroma sea fruto de nuestro amado cuerpo y optemos por alejarnos silbando disimuladamente).

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