Vitamina A (cuidando la piel, la vista y el sistema inmune)

Un poquito de historia

La primera vez que se identificó la importancia de la vitamina A fue en 1917, en la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos. Sus descubridores, McCollum y Davis,  estudiaban el papel de las grasas en la dieta cuando dieron con una molécula que inicialmente llamaron «sustancia liposoluble A». Dos años después, se descubrió la asociación de la vitamina A con los pigmentos presentes en algunas verduras de hoja verde y hortalizas naranjas y amarillas, los carotenoides. Éstos actúan a modo de provitamina A, es decir, proporcionan al cuerpo el combustible necesario para que él mismo sintetice vitamina A. Desde aquellos primeros estudios, la vitamina A se ha ganado a pulso su reputación de esencial a medida que se identificaba su implicación en decenas de procesos corporales.

Tened en cuenta que

La vitamina A forma parte de las llamadas vitaminas liposolubles, es decir, aquéllas (junto con la D, la E y la K) que pueden diluirse en lípidos o grasas. La ventaja de esta característica es que podemos almacenar vitamina A en el hígado y en nuestras células grasas, lo que resulta esencial para asegurar nuestra supervivencia en épocas de carencia. El inconveniente, sin embargo, es que acumular una cantidad excesiva de vitamina A puede resultar tóxico. Se sabe que dosis de aproximadamente 300mg en adultos y 100mg en niños causan pérdida de cabello, vómitos, dolores de cabeza, problemas en los huesos y lesiones hepáticas. A pesar de que estas cantidades son casi imposibles de consumir a partir de la dieta, sí conviene que prestemos especial atención a los complejos vitamínicos que podamos tomar.

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