En el podio de los minerales que conforman nuestros bienamados cuerpos (y solo superado por el calcio y el fósforo), el potasio se alza con una merecida medalla de bronce. Y menos mal, porque lo necesitamos «a puñaos».
Y es que mantener unos niveles adecuados de potasio no solo nos permite continuar felizmente con nuestros quehaceres diarios, sino que también promueve la lozanía de nuestros huesos y músculos (preservando la alcalinidad del medio extracelular y reduciendo tanto el desgaste muscular como la pérdida de densidad ósea) y potencia nuestra salud cardiovascular (contrarrestando los efectos negativos de una dieta con excesivo sodio y disminuyendo el riesgo de hipertensión).
Hasta aquí, conforme, pero… ¿cómo consigue todo eso?
El fascinante yin-yang electroquímico
¿Habéis oído hablar de la bomba sodio-potasio? Es una proteína crucial para la vida, una suerte de yin-yang «tú-entras-yo-salgo» a nivel atómico que encontramos en las membranas de todas nuestras células.
Imaginaos un balancín de patio de recreo: en un extremo se colocan tres iones de sodio (cuyas bondades os presentamos aquí), y en el otro, dos de nuestro protagonista de hoy, el potasio. Pues con la ayuda de un poco de empuje exterior (en forma de energía química), los iones de potasio hacen fuerza hacia abajo (y logran entrar en la célula) y los de sodio, sin comerlo ni beberlo, se elevan en el aire (y son expulsados a la matriz extracelular).