¡Una para todas y todas para una!
¿Recordáis la historia de Athos, Porthos y Aramis, Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas? Eran amigos inseparables, sublimes espadachines y defensores a ultranza del lema «uno para todos y todos para uno«. Pues su consigna es perfectamente aplicable al batallón formado por las vitaminas del grupo B: la tiamina (o vitamina B1), la riboflavina (o vitamina B2), la niacina (o vitamina B3), el ácido pantoténico (o vitamina B5), la piridoxina (o vitamina B6), el ácido fólico (o vitamina B9) y su particular D’Artagnan, la más compleja y la última en ser descubierta, la decisiva vitamina B12. Si bien cada una ejerce de llave bioquímica en distintas rutas metabólicas, todas comparten los mismos dignos propósitos: permitirnos extraer la energía de los alimentos, ayudarnos a reparar diariamente nuestros tejidos y, por supuesto, defendernos a capa y espada apoyando a nuestro sistema inmune.
Las curiosas memorias del «factor extrínseco»
La singular historia del descubrimiento de la vitamina B12 se inició en Estados Unidos, en los laboratorios de Minot, Murphy y Whipple, los merecidos ganadores del premio Nobel de medicina de 1934. Aunque desconocían por qué, descubrieron que la ingesta de hígado atajaba la progresión de la anemia perniciosa, una enfermedad de extrema gravedad y a menudo, hasta entonces, letal.